Cuando hablo de bienestar, pienso en equilibrio, el perfecto equilibrio entre la salud física, la salud emocional y la salud social del individuo y la familia. Este equilibrio me hace competente para tener una vida plena, ya que si me ocupo de consumir una buena alimentación equilibrada, suficiente, y variada, en horarios regulares, consumir la cantidad de agua que mi cuerpo requiere y practicar algún ejercicio de manera sistemática; estoy brindándole a mi organismo lo necesario para mantenerlo saludable y activo, y que tenga la suficiente energía para realizar las tareas cotidianas y sea capaz de afrontar los problemas de la vida diaria con el máximo de efectividad y el mínimo de estrés.
Se preguntarán, ¿qué relación tiene la salud del cuerpo con la salud mental?, ya lo decían los griegos mente sana en cuerpo sano, una vez satisfechas las necesidades básicas estoy en condiciones óptimas para aprender, trabajar, reflexionar, crear y responder de manera adecuada a las exigencias del medio en que me desarrollo.
Vivir es un proceso dinámico, como ser humano estoy recibiendo estímulos tanto externos como internos de manera continua, lo que me desequilibra de manera constante y demanda que, tanto mi cuerpo como mi mente se reorganicen, se equilibren y se preparen para reaccionar de manera proporcional a los estresores, es decir de manera ecuánime. Esto sólo es posible si tengo un óptimo estado de salud física y mental, un estado de BIENESTAR.
Esta sensación de BIENESTAR me permite entablar relaciones armónicas y satisfactorias con otros individuos, el ser humano es un ser social por excelencia, también se nutre de las relaciones con sus pares; es decir a mayor bienestar mejores relaciones con los integrantes de la familia, los compañeros de trabajo, amigos, familia política y sociedad.